Editorial

Por Luis Arias

El hombre


Hasta ahora, el tránsito por la posmodernidad nos dejaba ver la presencia de la globalización, el hecho planetario en la crudeza del dominio político de formas económicas regresivas. La dominación de los pueblos a través del sometimiento de cada uno de sus individuos a las leyes del mercado, las secuelas de alienación y desempleo, la desaparición progresiva, no ya de aquel Estado Benefactor de las propuestas liberales, sino del Estado mismo, se veían matizadas, atenuadas tal vez por el mito de las comunicaciones. Llevados a este extremo, las oportunidades de comunicar lo verdaderamente acuciante no están, sin embargo, tan a mano.
Se abate sobre todos, entretanto, una sociedad delincuencial en la que se debaten asuntos que creíamos resueltos. Valgan como ejemplos las relaciones entre lo privado y lo público en las vidas de jueces y representantes políticos, envueltos en sospechas orgiásticas que ellos mismos ocultan y exhiben a la vez en una especie de contradanza de dimensiones grotescas.
La omnipresencia de lo mediático amarillea el quehacer cultural, trivializa todo con la superficial velocidad de antes de la tanda, y se erige, ante el pavoroso vacío que se abre entre lo legal y lo legítimo, como árbitro provisorio.

El niño


Desde los viejos tiempos en los que el mundo se expresaba en griego, el hombre ha indagado los misterios de la physis, la vieja naturaleza, y las posibilidades de la tekhné, el arte de las invenciones humanas, que por entonces englobaba a lo que hoy llamamos arte.
Si por entonces se desarrollaba el primer acto de una escena gigantesca y no perceptible, hoy vemos azorados el primer fenómeno global de respuesta masiva a la agresión que el hombre ha desarrollado en el vasto mundo contra el vasto mundo. El fenómeno climático conocido por “El Niño” devuelve centuplicadas las torpes experiencias de alteración sistemática del hombre sobre sí mismo. La globalización no es, pues, de carácter meramente político o económico: el clima, nuestro hogar, está globalmente en peligro.
Pero que no parezca esto un alegato ecologista: que sea leído mejor como el sordo reclamo de la gente y de la naturaleza misma contra un estado de cosas que pone en peligro la supervivencia del hombre como especie. No nos atrevemos a pedir la instauración de un nuevo humanismo, pero sí la subversión que hoy supondría poner la técnica y la economía al servicio de la vida misma.

Los hombres


Casi todo se dice más pronto de lo que se hace, pero los tiempos nos urgen y los meros diagnósticos, por acertados que sean, no pasan de enunciados. Hay que poner en obra lo que se ha dado en llamar la nueva espiritualidad del fin del milenio, construir las nuevas certezas, los nuevos sujetos que habrán de intentar lo que se ha intentado siempre: seguir viviendo.
Todo parece indicar el camino de los agrupamientos espontáneos equidistantes de lo meramente individual y también de las formas ya ancianas que engendrara el industrialismo.
Y si por una parte lo que se vislumbra es un espacio casi vacío, el desafío remite por otra a la invención de las formas que den a la vida su dimensión de aventura: otra vez un mundo nuevo nos aguarda, pero esta vez no hay que descubrirlo sino crearlo.

Las capitales del mundo y los capitales humanos


No se nos escapa la periférica visión de que la aldea global no alcanza con su mano voraz la aldea desde la que escribimos y publicamos hoy nuestro orgulloso tercer número. Y la distancia, que nos pareciera siempre un obstáculo, nos regala hoy la ventaja de las perspectivas.
Vaya a saber, (pero se sabe) desde qué remotas ciudades invernales se comanda, se ordena, se regula la vida que nos llega como ajuste, como exclusión, como renovado o confirmado temor. Pero pasa por la no tan lejana Buenos Aires, y toma el aspecto de Ley Federal, y por ley nos obliga y por federal nos incluye. Y si por necesaria la demandábamos, que se nos permita la instancia de la reflexión ahora que podemos, porque también debemos.
Y desde una ubicación rionegrina en el azaroso mapa de nuestro país, queremos recordar para los que lo han olvidado y anunciarlo para los que no lo saben, que una reforma fue iniciada en nuestra provincia. Y en los aspectos más inmediatamente cercanos a nuestra vida de Instituto de Formación Docente, no podemos sino señalar la Ley 2288 de creación de los institutos, ley que en 1988 puso en marcha lo que hoy se toma como modelo en el país: en cuanto a los contenidos como en cuanto a la gestión, en el país son novedades las prácticas que se desarrollan en nuestra provincia desde hace ya casi diez años, práctica que ha acumulado una experiencia que ha generado un capital humano cuyo justo reconocimiento y valoración, a la hora de tomar decisiones, nos permitiría un tránsito menos traumático por el proceso de transformación educativa.
Este colectivo, que aprendió de los errores y de los aciertos, construyó herramientas de formación y creó lo que hoy es una situación única: puede atender la reconversión de los docentes de la provincia y de parte de las vecinas.
Desde los valles andino patagónicos, una metáfora ecologista nos obliga a recordar la fragilidad de los bosques, a los que sólo el tiempo repone, y a mencionar que los capitales humanos son igualmente frágiles e igualmente preciosos y, sobre todo, igualmente difíciles de reemplazar.