El hombre
Hasta ahora, el tránsito por la posmodernidad nos dejaba ver
la presencia de la globalización, el hecho planetario en la crudeza
del dominio político de formas económicas regresivas.
La dominación de los pueblos a través del sometimiento
de cada uno de sus individuos a las leyes del mercado, las secuelas
de alienación y desempleo, la desaparición progresiva,
no ya de aquel Estado Benefactor de las propuestas liberales, sino del
Estado mismo, se veían matizadas, atenuadas tal vez por el mito
de las comunicaciones. Llevados a este extremo, las oportunidades de
comunicar lo verdaderamente acuciante no están, sin embargo,
tan a mano.
Se abate sobre todos, entretanto, una sociedad delincuencial en la que
se debaten asuntos que creíamos resueltos. Valgan como ejemplos
las relaciones entre lo privado y lo público en las vidas de
jueces y representantes políticos, envueltos en sospechas orgiásticas
que ellos mismos ocultan y exhiben a la vez en una especie de contradanza
de dimensiones grotescas.
La omnipresencia de lo mediático amarillea el quehacer cultural,
trivializa todo con la superficial velocidad de antes de la tanda, y
se erige, ante el pavoroso vacío que se abre entre lo legal y
lo legítimo, como árbitro provisorio.
El niño
Desde los viejos tiempos en los que el mundo se expresaba en griego,
el hombre ha indagado los misterios de la physis, la vieja naturaleza,
y las posibilidades de la tekhné, el arte de las invenciones
humanas, que por entonces englobaba a lo que hoy llamamos arte.
Si por entonces se desarrollaba el primer acto de una escena gigantesca
y no perceptible, hoy vemos azorados el primer fenómeno global
de respuesta masiva a la agresión que el hombre ha desarrollado
en el vasto mundo contra el vasto mundo. El fenómeno climático
conocido por “El Niño” devuelve centuplicadas las
torpes experiencias de alteración sistemática del hombre
sobre sí mismo. La globalización no es, pues, de carácter
meramente político o económico: el clima, nuestro hogar,
está globalmente en peligro.
Pero que no parezca esto un alegato ecologista: que sea leído
mejor como el sordo reclamo de la gente y de la naturaleza misma contra
un estado de cosas que pone en peligro la supervivencia del hombre como
especie. No nos atrevemos a pedir la instauración de un nuevo
humanismo, pero sí la subversión que hoy supondría
poner la técnica y la economía al servicio de la vida
misma.
Los hombres
Casi todo se dice más pronto de lo que se hace, pero los tiempos
nos urgen y los meros diagnósticos, por acertados que sean, no
pasan de enunciados. Hay que poner en obra lo que se ha dado en llamar
la nueva espiritualidad del fin del milenio, construir las nuevas certezas,
los nuevos sujetos que habrán de intentar lo que se ha intentado
siempre: seguir viviendo.
Todo parece indicar el camino de los agrupamientos espontáneos
equidistantes de lo meramente individual y también de las formas
ya ancianas que engendrara el industrialismo.
Y si por una parte lo que se vislumbra es un espacio casi vacío,
el desafío remite por otra a la invención de las formas
que den a la vida su dimensión de aventura: otra vez un mundo
nuevo nos aguarda, pero esta vez no hay que descubrirlo sino crearlo.
Las capitales del mundo y los
capitales humanos
No se nos escapa la periférica visión de que la aldea
global no alcanza con su mano voraz la aldea desde la que escribimos
y publicamos hoy nuestro orgulloso tercer número. Y la distancia,
que nos pareciera siempre un obstáculo, nos regala hoy la ventaja
de las perspectivas.
Vaya a saber, (pero se sabe) desde qué remotas ciudades invernales
se comanda, se ordena, se regula la vida que nos llega como ajuste,
como exclusión, como renovado o confirmado temor. Pero pasa por
la no tan lejana Buenos Aires, y toma el aspecto de Ley Federal, y por
ley nos obliga y por federal nos incluye. Y si por necesaria la demandábamos,
que se nos permita la instancia de la reflexión ahora que podemos,
porque también debemos.
Y desde una ubicación rionegrina en el azaroso mapa de nuestro
país, queremos recordar para los que lo han olvidado y anunciarlo
para los que no lo saben, que una reforma fue iniciada en nuestra provincia.
Y en los aspectos más inmediatamente cercanos a nuestra vida
de Instituto de Formación Docente, no podemos sino señalar
la Ley 2288 de creación de los institutos, ley que en 1988 puso
en marcha lo que hoy se toma como modelo en el país: en cuanto
a los contenidos como en cuanto a la gestión, en el país
son novedades las prácticas que se desarrollan en nuestra provincia
desde hace ya casi diez años, práctica que ha acumulado
una experiencia que ha generado un capital humano cuyo justo reconocimiento
y valoración, a la hora de tomar decisiones, nos permitiría
un tránsito menos traumático por el proceso de transformación
educativa.
Este colectivo, que aprendió de los errores y de los aciertos,
construyó herramientas de formación y creó lo que
hoy es una situación única: puede atender la reconversión
de los docentes de la provincia y de parte de las vecinas.
Desde los valles andino patagónicos, una metáfora ecologista
nos obliga a recordar la fragilidad de los bosques, a los que sólo
el tiempo repone, y a mencionar que los capitales humanos son igualmente
frágiles e igualmente preciosos y, sobre todo, igualmente difíciles
de reemplazar.