Editorial

La transformación educativa iniciada en 1995 no se apoyó en consensos internos ni surgió como respuesta a problemas de la educación rionegrina.
A nadie se le escapa que esos cambios educativos se introdujeron en un contexto político particular que encuadró las relaciones entre el Estado Provincial y el Nacional.
Este proceso fue protagonizado por equipos de técnicos que pudieron, a su modo, resolver la mayoría de las cuestiones - desde las pedagógicas hasta las económicas -. Sin embargo, esto no garantiza la apropiación social de un proceso de reforma educativa, cuestión que se presenta como desafío para el futuro.
Algo no se ha tenido en cuenta o se ha descuidado, y se trata de los factores internos, de las historias propias, de los desarrollos locales que fueron crudamente despreciados y olvidados durante estos últimos años al intentar homogeneizar desde el proceso de transformación a todas las jurisdicciones del país.
Es cierto que los condicionantes externos existen, que pesan, pero no se puede ignorar lo que somos y cómo llegamos a serlo.
No se supo, no se quiso o no se pudo hacer de otra forma. Sin embargo, vemos que el vigor de esta transformación va decreciendo en la medida en que disminuyen los flujos de dinero que la sostuvieron durante varios años. En proporción inversa nuevos espacios de autonomía jurisdiccional e institucional podrían recuperarse. Algunos de estos, que son propios de los Institutos de Formación Docente, permanecieron olvidados o reducidos a su mínima expresión.
No es muy difícil acordar, mirando el pasado, los primeros espacios que debemos recuperar: una forma de trabajo que cohesione al sistema de formación docente continua en Río Negro y organismos de consulta que permitan coordinar líneas de formación, capacitación e investigación pensando en las necesidades de los docentes de los distintos lugares de la provincia.
Nuevas formas de gestión y múltiples herramientas de consenso acompañaron la historia de la formación docente en Río Negro y aún están ahí para recuperarlas.