Editorial Oscar Domínguez Verri |
¿Qué es ser docente hoy?
¿Para qué? ¿Para quiénes? De cara al mundo
que nos toca vivir, éstas siguen siendo para nosotros las preguntas
que importan, las preguntas decisivas, las preguntas que nos dejan en
silencio, sin palabras. Aún a nosotros, docentes, que hacemos de
las palabras la herramienta fundamental de nuestra profesión.
Esta última palabra, por ejemplo, profesión… El más leve intento de recuperar en el magisterio su dimensión de profesión, en el sentido fuerte, de cara al mundo que nos toca vivir, nos hace enmudecer. En esta maraña de comunicaciones ilimitadas y de desarraigos cotidianos, de inclusiones y exclusiones múltiples que se dan profusamente de narices a un mismo tiempo, en el que todas las promesas de la modernidad son deudas impagas (en la cuenta del banco de una sociedad de bienestar que, como sabemos, hace rato se declaró en quiebra), en un mundo en el que la palabra misma está en crisis, avasallada por el culto de la imagen, ¿es posible salvaguardar la profesión del magisterio, la formación docente misma – que es la parte que nos toca – de la crisis de los sistemas culturales? Una vez más: ¿para qué formar docentes hoy? ¿Para quiénes? ¿Para construir qué identidades? ¿Qué proyecto? Preguntas difíciles, preguntas incómodas, que nos dejan sin palabras, pero todavía peor: desacomodados. Porque la profesión docente no se ejerce al margen de ellas. Porque no hay más remedio que entrar al aula con estas preguntas a cuestas, y eso no es fácil. Porque la profesión docente no se ejerce en un escenario que se ubica más allá del bien y del mal, en beneficio de “el futuro de los niños” o de “la humanidad” universales, conforme a valores que armonizan solo en abstracto. Cualquier aula, todas las aulas, son un campo en el que se encuentran, colisionan, yuxtaponen y se entreveran diversas fuerzas y discursos, y eso no es sin consecuencias. Y las consecuencias – hay que atreverse a mirar el problema de frente – no son precisamente alentadoras. Y me dispenso aquí de recurrir a estadísticas: alcanza y sobra con mirar por la ventana. Mirar el problema de frente. Insistir. Perseverar. Tozudamente. Como nos supo decir Eduardo Galeano – nuestro ilustre visitante de hace unos años – para eso sirven las utopías: Para caminar. Y a fuerza de insistir, tozudamente, en seguir “caminando” – no sin nuestra pesada mochila de preguntas a cuestas – esta publicación llega (como siempre, a los ponchazos) a su número 10. Sin alharacas ni demasiado paño para jactancias, festejamos la insistencia, la tozudez: se trata hoy, como desde un principio, de dar cuenta de lo que sustenta nuestro trabajo y nuestro empeño, de hacer lo que sabemos hacer, de mostrarlo y compartirlo. Apenas eso. Y haciendo lo que saben hacer, en estas páginas Silvina se pregunta sobre la identidad del trabajo docente en contextos de ruralidad; Silvia interpela al fracaso escolar desde la intimidad de un aula en la que se enseña matemática; Chino nos señala la potencia cognitiva de la resolución de problemas; Alejandro despliega el abanico de las inteligencias múltiples; Arianne nos propone la problematización sistemática, reflexiva y democrática en el aula y la escuela de los derechos humanos; Facundo nos alerta sobre la doble cara del PEI, su ambigua efectividad y sus potencialidades transformadoras; Gabriela realiza un ejercicio de memoria sobre la dictadura, devoradora de vidas y de libros. Relatos de experiencias, propuestas de trabajo, llamados
de atención, fragmentos de un discurso político y pedagógico
sometido a revisión: en su diversidad, quisiéramos pensar
en este puñado de artículos como en trocitos de un rompecabezas
en construcción. Y nos alienta pensar en que alguien quiera agregar
en él sus propias piezas. |